Cursando quinto año, a punto de
cerrar una gran etapa para comenzar otra. Tantas dudas, miedos y curiosidades... todo nos remite a una sola pregunta: y, ¿ahora qué?
Aparece la famosa crisis del qué
estudiar, qué hacer con mi vida, quién quiero ser, qué esperan los demás de mí,
qué, qué, qué y más QUÉ. Pareciera que se nos viene el fin del mundo, que el
hecho de terminar el colegio secundario implica el final de nuestra vida “feliz”
y sin preocupaciones. Sin embargo, eso no es más que un mito muy, muy errado. Este no es el
final de nuestras vidas, es apenas el comienzo.
En mi caso particular, la
indecisión está a la orden del día. Creo que, sin ánimos de exagerar, pasé por
prácticamente todas las carreras en el lapso de dos años. Mis amigos, familia y
profesores intentaban darme sus opiniones, pero cada cosa que decían sólo me
confundía más y más.
Leyendo un artículo en una
revista acerca de la orientación vocacional hace unos meses, me encontré con un
consejo bastante interesante: “a la hora de elegir una carrera, recordá qué
disfrutabas hacer de niño, ahí está tu esencia”. Vaya estupidez, pensé en un
principio; ¿bailar? ¿cantar? ¿dibujar? ¿dormir? ¿Se supone que eso iba a
ayudarme a encontrar mi verdadero yo?
No fue hasta después de hacer una
tarea para el colegio que hice el “clic” que necesitaba haber hecho hace mucho
tiempo. La profesora nos pidió que escribiéramos una historia, un cuento, una
nota periodística, lo que sea que nos pareciera más cómodo. Mientras pensaba y
escribía, sentí un gran placer al hacerlo, algo que nunca había sentido a la
hora de hacer tareas del colegio. Fue entonces que comencé a tener “flashes” de
experiencias vividas: cuando estaba en primaria me la pasaba escribiendo extraescolarmente, me encantaba hacerlo y mi maestra siempre me
felicitaba; cuando nos preguntaron qué queríamos ser en el futuro, yo
automáticamente dije “quiero ser escritora”,
y nuevamente conté con el apoyo de mi maestra; hubo un verano entero
que, a falta de internet, me la pasé escribiendo una novela (la cual jamás terminé).
Todos estos recuerdos hicieron que me avivara acerca de qué era lo que en
verdad me gustaba, y por dónde iba mi camino en realidad.
Sentí una gran felicidad al
encontrarme a mí misma, todo ese viaje hacia al autoconocimiento me había
resultado muy satisfactorio, además de haber encontrado mi esencia en lo que en
algún momento creí que era una falacia. Sin embargo, toda parte positiva tiene
su contraste; y allí me encontraba yo, sabiendo a qué iba a tener que
enfrentarme a la hora de comentarle a los demás qué quería ser. Sabía que no
iba a contar con mucho apoyo, y que muchos conocidos iban a sentirse algo
decepcionados por mi elección. Pero, ¿qué iba a hacer? ¿Estudiar y trabajar de
algo que no me gusta sólo para complacer a los demás? No, ya no más. Toda la
vida siempre busqué tener la aprobación del resto. Pero hasta acá llegué, por
más que suene un tanto cliché, voy a seguir mi vocación para hacer lo que en verdad me
apasiona: escribir. Nada más me importa ahora. Y sí, admito tener mucho miedo
al fracaso; pero, por otro lado, me admiro a mí misma por tener la fuerza de
voluntad para ignorar las críticas externas.
“Soñamos escribiendo, escribimos para soñar”