martes, 28 de julio de 2015

Fahrenheit 451: la profecía se hace realidad

   Diversos pensadores afirman que el fin último del hombre es la felicidad, pero ¿qué pasaría si, de un día para otro, despertáramos en un mundo completamente tecnificado para tal fin? Fahrenheit 451 nos presenta una sociedad distópica que “facilita” el bienestar de sus individuos mediante la censura y la represión; una sociedad en que la tecnología, la explotación de las masas y la presión de las minorías alentaron la desaparición de los libros. Y el gobierno supo sacar ventaja de ello: se convirtió en un totalitarismo “encubierto”, bajo la máscara de una supuesta promesa de felicidad continua. 
   Aunque resulte difícil de creer, más de sesenta años han transcurrido desde la publicación de Fahrenheit 451. Y si bien su autor, Ray Bradbury, ha aclarado en más de una ocasión que su intención nunca fue hacer predicciones sobre el futuro , sus advertencias ya no se encuentran tan lejanas a nuestra realidad. Somos testigos de sus avisos más preocupantes: los que han empezado a cumplirse.

   Bradbury afirma que el personaje principal de su novela, Guy Montag, “huía de una aterradora irrealidad” puesto que la única vida que este conocía no era más que un espectáculo; una construcción basada en ignorancia e información falsa donde los “actores” convivían sin que existiera un vínculo real entre ellos. La gente no estaba realmente viva. Nadie se detenía a pensar o cuestionar lo que se les decía; solo se limitaban a seguir “embobados” día y noche aquello que la televisión les ofrecía.  Rechazan los libros porque muestran un mundo sin artificios ni filtros y, sus autores, “llenos de malignos pensamientos”, incitan al debate. A fin de cuentas, debatir implica razonar y, razonar, puede conducir a la infelicidad. Básicamente, los medios de comunicación solo cumplen la función de “distraerlos” en su tiempo libre, para asegurarse de que este no sea dedicado a sus pensamientos. Así, se los envuelve en una “realidad mediática” que nada tiene que ver con la vida real. ¿Son acaso estas descripciones muy lejanas a nuestra situación actual? Lamento decir que, a mi criterio, no lo son.
   En cierta forma, Bradbury se anticipó a la aparición de la Neotelevisión que, en palabras de Umberto Eco, puede entenderse de la siguiente manera:
¡Qué maravilla! Ahora es posible pasarse cuarenta y ocho horas al día delante de la pantalla, de modo que ya no hay que estar en contacto con esa remota ficción que es el mundo exterior (...) Ahora la irrealidad está al alance de todos (...) La pantalla del televisor nos dará informaciones de un mundo exterior al que ya nadie saldrá (...) El cuerpo se volverá inútil; bastarán los ojos (...) Es el principio del fin.    
Eco, 1994, pp. 95-96.



   Justamente, en esta sociedad imaginaria los medios contribuyeron a que las relaciones interpersonales se tornaran frívolas y superficiales, “todos dicen lo mismo y nadie tiene una idea original” . Los encuentros son sumamente monotemáticos; se basan en sentarse a ver televisión.  Además, cuando intentan “debatir” sobre distintas cuestiones, en seguida salta a la luz su espectacularización de la realidad. Nuevamente, Bradbury ha logrado anticiparse a otro fenómeno: videopolítica. Las amigas de Mildred solo responden a estímulos visuales a la hora de votar; hacen hincapié en que uno de los candidatos estaba gordo y, por ende, todos votarían por su contrincante. La respuesta automática ante este tipo de argumento probablemente sería, “qué ignorante”. Pero, como explica Martínez Pandiani, en la actualidad el “dar bien en cámara” se suma al lugar decisivo que, tradicionalmente, ocupaba la solidez de los argumentos. 
   Año 2015. Hoy por hoy todo es muy diferente a lo que solía ser en los años cincuenta: las televisiones han pasado de ser un privilegio a, prácticamente, un derecho; han aparecido las computadoras personales y estas, a su vez, han logrado “encogerse” para adaptarse a la palma de la mano (sí, los famosos celulares). Sin embargo, como afirma Nicholas Negroponte, “cualquier tecnología unida a la ciencia produce un cambio en la forma de vivir y de entender la realidad” . De esta forma, las relaciones dejaron de ser propias del individuo para convertirse en “espectáculos online” a los que cualquiera puede acceder, ¿o van a negarme la infinidad de veces que problemas ajenos dignos de una telenovela irrumpen en Internet? Poco a poco comienza a desdibujarse esa delgada línea entre lo público y lo privado, dando lugar a “identidades digitales” y vínculos sociales ficticios. Pareciera que ya no estamos interesados en disfrutar del momento, solo nos importa demostrar a nuestro “público” que sí lo hacemos. ¿Será esta la “aterradora irrealidad” de la que Bradbury quiso advertirnos? Posiblemente.

   Gente caminando por la calle “embobada” con sus celulares, chocando a otros sin siquiera pedir disculpas o causando accidentes viales. Misma situación de aislamiento en los transportes públicos; puras cabezas gachas concentradas en sus dispositivos electrónicos. ¿No es acaso similar a Fahrenheit 451 con su prohibición de pensar? Solo que, en este caso, no hace falta prohibirlo; para qué hacerlo si, por cuenta propia, elegimos aislarnos de nuestro espacio físico. Ni hablar de reflexionar o cuestionarse el mundo. No, es mucho más entretenido mirar una pantalla mientras “interactuamos” con otras personas que, obviamente, son más interesantes que las de nuestro alrededor. Actualmente existe, considero, una tendencia a “verse menos y chatear más”. Incluso estando rodeados de personas a quienes apreciamos, caemos en la  tentación de “mirar hacia abajo” y desatender lo que tenemos enfrente. Ahora las relaciones sociales tan “frías” descriptas en el mundo de Bradbury no parecen muy distantes a las nuestras, ¿verdad?
   En definitiva, si bien ciertas advertencias de Bradbury se han cumplido, él nos deja un mensaje optimista: mientras exista al menos un “revolucionario iluminado” capaz de salir de la cómoda ignorancia para afrontar la dura realidad, se alza la esperanza de llegar a una sociedad intelectualmente libre. Ese “despertar” implica dolores de todo tipo. Porque la felicidad no puede reconocerse si, primero, no identificamos el sufrimiento. Tal y como dice Montag, “no necesitamos que nos dejen tranquilos. De cuando en cuando, precisamos estar seriamente preocupados” . La realidad perfecta no existe, pero siempre podemos transformarla. Así, al fin y al cabo, “tenemos casi la certeza de que el futuro no depara ya un mundo feliz, pero, quizá sí, vidas felices”.
"Eso es lo bueno de estar moribundo. Cuando no se tiene nada que perder, pueden correrse todos los riesgos".



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